Cómo elegir un vestido de novia

Marzo y abril son dos de los meses preferidos por las novias para los casamientos. Y los preparativos comienzan ahora. Entre las cosas más importantes, qué duda cabe, está el vestido. Las tendencias varían según las épocas, pero ya no son tan rígidas como años atrás y cada una adapta la moda a su estilo. Así, todo resulta más libre y más acorde a la personalidad de quien va a vivir ese gran momento. De la silueta encorsetada a la fluidez vaporosa, pasando por las minifaldas y el esmoquin blanco, repasemos a vuelo de pájaro el devenir de este atuendo según pasan los años.

Los vestidos lánguidos onda damisela medieval son un modelo recurrente, lo mismo que las reminiscencias griegas. A principios del siglo pasado los adornos medievales y art nouveau estaban en boga.

En la década del 20 la moda fluctuaba entre fajas trenzadas, guirnaldas y cordones, volados, cuellos y mangas largas de corte eduardiano, y el satén o chifón bordados con pedrería, señalando el contorno del cuerpo, eran los años locos. Diez años después las larguísimas colas se confeccionaban con varias capas de tul superpuestas, todo un reto desplazarse con garbo llevando eso a cuestas.

En Europa, la guerra impuso restricciones y las novias se adecuaron a ellas, sencillos trajes chaqueta con apenas un remillete de flores en la solapa eran el clásico elegido para adaptarse a esos tiempos difíciles. Los 50 llegaron para ponerse todo lo que antes estaba vedado, muchas joyas, mucha tela, cintura bien marcada, mucho de todo. Hollywood marcaba el paso.

Eso también quedó en el recuerdo. En los 60 las minifaldas hacían furor, iban acompañadas por botas blancas o, como Yoko Ono en su boda con Lennon, con zapatillas y medias 3/4 del mismo color. También la capuchas contorneadas de piel y los smokings blancos para ellas. Faldas largas, anchas y sueltas inspiradas en un mix asiático con predominancia chino-indio, se instalaron en las preferencias de quienes adherían al estilo hippie junto al aire campestre y pastoril, onda Laura Ashley. Los sombreros de ala ancha ocupando el lugar del velo y las coronitas de flores en el pelo eran los top para las cabezas. Para la misma época el espíritu futurista tuvo su momento, pero fue bastante efímero.

En cambio, encajes y volados, dando una pincelada bucólica parecen los ornamentos del eterno retorno.

Nadie olvida el traje de Lady Di, tuvo tantas seguidoras ansiosas de vivir ese cuento de hadas que no fue, dudo que alguien elija ahora algo similar, pero la superabundancia de tela, tules, volados, faldas amplias y largas colas están instaladas en el imaginario colectivo y siempre se abre una puerta para dejarlos pasar, aunque sería preferible cerrarla con candado y tirar la llave a la basura. Para satisfacción de la mirada, ahora predomina el estilo con líneas más naturales, suaves, más sencillas, dándole un lugar de privilegio a la tela, donde las texturas, y los trabajos de bordado o el encaje son los protagonistas. Mucho strapless, hombros descubiertos. Colas más cortas o ausencia total.

La misma libertad para los ramos, desde los colgantes súper trabajados y largos que casi alcanzan los tobillos, hasta una sola flor. Lo que nunca dejar de verse es el corte princesa, no importa cuál sea la tendencia, esa impronta de noble inocencia que brinda es bienvenida en cualquier decenio. No faltan las que se vuelcan a la moda vintage y se inclinan por los años locos usando casquetes y abalorios.

Cada una debe elegir el estilo en el que se sienta más cómoda y la haga desplazarse con la seguridad de que ese vestido la representa, todo lo que viene impuesto y no se lleva con verdadero placer se nota en la cara, y nadie quiere que se refleje en las fotos.

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