La influencia decisiva de una madre


Una vez leí un artículo que relataba cómo un tribunal de un país árabe había condenado a un individuo a que le cercenaran una mano por haber robado. En el momento en que se iba a dictar la sentencia, el acusado expresó: “Antes de amputarme la mano, deben también castigar a mi madre, porque cuando robé un huevo por primera vez en casa de un vecino, ella sonrió en vez de reprenderme. Si mi madre hubiera reaccionado de otra forma y me hubiera obligado a devolver el huevo, hoy no sería un ladrón”.

Esa anécdota me pareció un buen ejemplo de cómo la actitud de los padres influye en la conducta de los hijos y en especial de la madre, ya que en muchas sociedades, incluido entre los hispanos, ella suele ser la que más tiempo pasa con los niños.

Recuerdo de pequeño, e incluso de adolescente, cuando llegaba a mi casa con algo nuevo, mi madre o mi abuela se interesaban de inmediato en la procedencia de aquel objeto, y no fueron pocas las veces que me obligaron a devolver algo que no era mío. Tal vez parezca algo tonto, pero estos señalamientos y escaramuzas familiares van forjando los valores y principios morales de un individuo.

Es cierto que la responsabilidad de educar a los chicos recae sobre ambos padres, pero en la sociedad hispana la madre adquiere una connotación muy especial. A menudo solemos ver al padre como el sustento del hogar y, en cierta medida, el que impone disciplina, aunque en realidad es mamá quien suele regañar más a sus hijos. Incluso, si se trata de madres trabajadoras, cuando llegan a sus casas los hijos esperan que asuman sus deberes maternales y hogareños.

Diversos estudios han comprobado que la actitud de la madre influye incluso en la conducta sexual de sus hijos cuando llegan a la adolescencia. A pesar de las discusiones propias de esa etapa, cuando los chicos intentan independizarse de sus padres, muchos jóvenes han admitido que prefieren una madre preocupada y entrometida en sus asuntos que a una que se comporte de manera distante y siempre esté concentrada en sus labores profesionales.

Cuando llegas a casa, tus hijos no quieren ver a una gran ejecutiva, a una incansable trabajadora o a una profesional de prestigio. Ellos desean simplemente a su mamá, a esa mujer que por momentos critique el reguero que tienen en el dormitorio o les pregunte que a dónde van o de dónde vienen, si ya se ducharon o qué van a comer.

Si alguna vez te has detenido a escuchar conversaciones entre adolescentes habrás notado que muchos suelen hablar de sus madres y de lo “majaderas” que se ponen. Pero el mensaje subyacente en sus declaraciones a menudo es “mi mamá se preocupa por mí”. Sé sincero o sincera contigo mismo, piensa en tu adolescencia y di si te hubiera gustado tener una madre que no se inmutara cuando llegabas tarde a casa.

Los muchachos esperan que sus madres los protejan, los guíen, los quieran incondicionalmente y también que los escuchen. Si no conversas con sus hijos, no lograrás profundizar en sus gustos, temores e ilusiones. Aprovecha cada momento íntimo entre ustedes para inculcar una enseñanza, un valor moral. Aunque a veces te parezca que no te están atendiendo, ellos escuchan. Es posible que no te lo digan, en especial cuando son adolescentes, pero valoran tu preocupación e interés en ellos. La atención de ambos padres es importante, pero la de mamá es muy especial. Después de todo, no es fácil olvidar que pasaron nueve meses dentro de ti.

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