Nicolas, el gran 'zar' de la moda

Ghesquière consagra Balenciaga como la firma más influyente: «Me gusta que me copien»
Sin cumplir aún los cuarenta, Ghesquière lleva más de una década marcando el ritmo de la moda. Este genio francés aprovechaba las cortinas de su madre y los cristales de los viejos candelabros de su abuelapara hacer vestidos con aretes. El niño que garabateaba las portadas de los cuadernos escolares con bocetos espectaculares por su simplicidad ha conseguido lo más difícil: situarse a la altura de otro mito, el guipuzcoano Cristóbal Balenciaga, que cerró su taller en 1968 incapaz de asumir la muerte de la alta costura y reacio a pasar por el aro del prêt-à-porter. Su discípulo, Nicolas, se ha convertido en el gran 'zar' de la moda, pese a la desaprobación inicial sus padres.
El creador, que mataba el aburrimiento de chaval practicando equitación, esgrima y natación, ha reinterpretado los archivos de la firma respetando sus códigos de identidad. Sin rastro de la alta costura, ha sustentado una visión artesanal -«me gusta la mezcla de lo industrial y lo manual»-, apoyada en un corte impecable y en la pasión por el uso de tejidos pesados y diseños futuristas de trazos arquitectónicos. Como el viejo maestro de Getaria, del que sólo se distanció al relacionarse con la figura de la mujer. Frente al gusto de Cristóbal, que jugaba con el volumen para separar el tejido del cuerpo por su miedo a la silueta femenina, su heredero transformó la ropa en una «segunda piel». No en vano, los pantalones superestrechos constituyeron su primer éxito.
Éxito. Es la palabra que mejor define la relación de Ghesquière, poco amigo de las fiestas, con una casa en la que no se estrenó con buen pie. Lo contrataron en 1995 para diseñar «lo peor que le puede tocar» a un modisto: uniformes y ropa para funerales con destino al mercado japonés. Balenciaga era entonces una firma con la reputación por los suelos. Pero en éstas llegó Nicolas. Para disgusto de sus padres. «¿Adónde vas con ese trabajo?», le preguntaron a este chico discreto y reservado que sólo se exhibe un vez al año en los desfiles y suelta adrenalina buceando y revisando películas de su idolatrado Brian de Palma. En eso siguió al pie de la letra los consejos familiares de «ocultarse un poco» para ser feliz.
Propietario de un campo de golf y profesor de natación, su progenitor mantuvo serias diferencias con su hijo porque quería que se dedicase al deporte. Su padre «tenía miedo» de lo que le pudiera pasar en un mundo tan despiadado como la moda, que deglute creadores con la misma voracidad que el fútbol devora entrenadores. Convertido en uno de los modistas más imitados -«me gusta que me copien e incluso que tomen mis ideas para lanzar líneas más baratas»-, el director creativo de Balenciaga desde 1997 participaba todas las semanas hasta hace poco en competiciones regionales. Dice hallar en el deporte «una actitud adecuada» para enfrentarse a la moda y «una válvula de escape» para conocer mejor su cuerpo y mente.

Ropa para funerales
Falta le hace, porque los desfiles le consumen. Se queda literalmente en los huesos con cada colección y sufre mucho. Enfrentarse cada temporada al reto de superarse a sí mismo es su condena. «Físicamente es extenuante, pero cuando te dedicas a esto, tienes que aceptarlo. Es un juego al que te expones y te acostumbras». Él sí, pero no sus padres, que han dejado de acudir a las pasarelas, incapaces de soportar el estrés que sufría Nicolas. «No disfrutaban y no atendían a la colección. Sólo me miraban a mí».
En su intento por democratizar la firma, Balenciaga acaba de lanzar la primera fragancia de la era Ghesquière, con aromas a violeta, pimienta y bosque húmedo. Quiere llegar a las mujeres que no pueden comprar su ropa, de precios prohibitivos. «Es bastante cara y exclusiva», admite. Se alegra de poder compartir «un poco» la esencia de la marca con el perfume, el producto del que echan mano todas las grandes casas para hacer caja. «Si la mujer reconoce el 'estilo Balenciaga', pero no puede permitírselo y se identifica con el perfume, ya habré conseguido algo interesante».
Ghesquière, que se confiesa «muy sensible» a las opiniones de editoras como Anna Wintour y Suzy Menkes -«mi papel es proponer y el suyo criticar»-, logra cada temporada el reto de crear un estilo «distinto pero reconocible». 'The New York Times' le considera el diseñador más «intrigante e importante» de su generación. Pero él sabe el terreno que pisa: «Siempre se puede volver a la oscuridad. Es lo que tiene la moda. Un día estás arriba y otro abajo». Por eso no quiere decepcionar a sus progenitores biológicos ni a Cristóbal Balenciaga, su padre espiritual.

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