Verónica Sayán: “La vida es un regalo”




















A su padre le expropiaron tierras, su hija recién había nacido cuando debido a El Niño sus clientes le dejaron de pagar. Acumuló deudas, nunca dejó de sonreír. Fue ambulante, hoy exporta a Dubai

Gamarra no era su mundo, recién lo conoció al terminar la universidad. Entonces no era como hoy. Delincuencia, suciedad, prostitución. Harto comercio. Allí, Verónica Sayán supo que era buena para las ventas. Le pidió plata prestada a su asesor de tesis, hizo calzones, comenzaron a usarse en todo el Perú. Para cuando Verónica apagó 30 velitas, ya era una grande en Gamarra. Entonces, todo se derrumbó.
Se rehizo, hoy le vende al extranjero prendas que llevan el nombre de su abuela. Usted las encontrará solo en las tiendas más exclusivas. ¿Su marca? Lyda Baby. Esta es su historia…
¿Cómo es eso de que su asesor de tesis le prestó los 3.000 dólares con que arrancó su negocio?

Yo estaba haciendo mi tesis sobre Econometría –estudié Economía y me especialicé en Política Económica- y me pasaba todo el día mirando números en una computadora. Me sentía atrapada. Hablé con mi asesor, le dije que eso no era lo que me gustaba y que me diera unos días para pensar qué hacer. Después le dije que quería poner un negocio y que necesitaba plata para comenzar. Le pedí 3.000 dólares, recuerdo que sacó su chequera y me lo prestó.

Eso no es común, ¿no? ¿Cómo así se mandó a hacerlo?
Es que él es una persona súperconfiable ¡y yo sabía que tenía dinero! (ríe)… A los 24 años te arriesgas a hacer ese tipo de cosas. No lo pensé tanto, lo hice nomás.

Entonces trabajaba en el Grupo Apoyo, en casa no querían que fuese empresaria. ¿Por qué lo hizo?
No es que en casa no quisieran, sino que mi familia ya había tenido problemas debido a la Reforma Agraria (a su padre le expropiaron sus tierras en Huacho) y, por otro lado, mi papá tuvo después una mala experiencia cuando inició un negocio de bolicheras. Entonces, si había estudiado Economía, me decían: “¿Por qué mejor no trabajas para alguien?”. Creían que eso sería algo más tranquilo, pero mi papá ya no estaba; él falleció cuando terminé la universidad.
Usted es la mayor de sus hermanos.
Y –como practicante- ganaba bien poquito. Me gustaba mi trabajo pero sentía que podía hacer más. Tenía ganas de hacer muchas más cosas.
Inició un negocio de ropa interior y no le fue mal, no tardó mucho en pagarle la deuda a su asesor de tesis. Pero con el Fujishock la pasó mal.
Sí. ¿Qué pasó? Primero hice una investigación para ver cómo iniciar el negocio. Me fui a Gamarra y conocí a unos fabricantes de ropa interior, con ellos hice una colección con ciertos toques más innovadores para la época. Vendí en la Feria del Hogar, ocurrió lo de Tarata (el atentado terrorista en Miraflores, el 16 de julio de 1992) y, pese a que ese fue un año difícil, nos fue bien. Pero la gente decía: “Antes se vendía mucho más”…

¿Esa fue la razón por la que -sin que su mamá lo supiera- se fue de ambulante al mercado de Jesús María?
¡Claro! Es que al estar vendiendo, pero no vender lo que yo podía vender, decidí –durante el día- vender como ambulante. Le puse unos alambres a mi Volkswagen y de ahí colgaban unos ganchitos con la ropa interior.
La gente diría: “¿Qué hace esta blanquiñosa de ambulante?”.
Ya me había acostumbrado, en Gamarra también me lo decían.

¿Qué tal el vínculo con sus colegas?
Bien, porque yo soy muy yo. En ningún momento tuve que hacer algo diferente a como soy.
No sabían que era una chica de la Pacífico.
¡Eso nunca lo dije! (ríe)…

Como ambulante podía haberse encontrado con chicos de su universidad. ¿No le daba vergüenza?
No.
Se lo pregunto porque solemos ser muy tontos y darle mucha importancia al ‘qué dirán’.
Yo aprendí mucho con la muerte de mi papá. Él tuvo una enfermedad bastante difícil –se fue en siete meses-, y ahí me di cuenta de que tienes que vivir la vida lo mejor que puedes: que la vida es un regalo, que la tienes que vivir con buen humor…
No hacerte bolas por tonterías.
No hacerte bolas por tonterías. A mí nunca me ha importado el qué dirán.
Bueno, surgió: a los 30 años ya tenía tres tiendas en Gamarra. ¿Qué pasó el 98?
Un problema mundial ¡que a mí también me tocó! (ríe)… Se rompió la cadena de pagos.
Debido a la crisis asiática y, además, aquí, al Fenómeno de El Niño.
Sí. ¿Qué pasó? Yo había crecido muchísimo y, obviamente, tenía líneas de crédito, clientes en todo el país, ¡vendía más que lo que vendo ahora! En cualquier lugar estaban mis productos, pero, ¿qué pasaba? Que ese canal era muy informal; y si bien siempre me había funcionado, al haber el Fenómeno de El Niño y la crisis asiática, todo el mundo dejó de pagar. Fue un momento duro. ¡La gente desaparecía! No tenías dónde cobrarles: cerraban su local y desaparecían.

¿Qué sintió al haber pasado de facturar tanto a comenzar a acumular deudas?
Frustración. Pero, por otro lado, sabes que tienes la fuerza para poder seguir haciendo cosas.

¿Qué edad tenía su hija?
Recién había nacido, yo había comenzado mi maestría… Fueron años bastante complicados. Mi esposo me hizo ver que no estaba durmiendo. Claro, porque le daba tiempo al negocio, a la maestría ¡y también quería dedicarle tiempo a mi hija!
En paralelo, los bancos no tenían compasión con usted.
¡Ah, no! Los bancos hacen su trabajo. Yo avalé personalmente todas mis deudas. No me corrí del asunto… Eso me creó un compromiso ante mí misma. ¡Yo tenía que salir de todo!
Sin embargo, en algún momento llegó a pensar en rematarlo todo.
Sí. En uno de los momentos de estrés, dije: “Remato todo, dejo todo y ya, busco trabajo. Total…”.

¿Y qué pasó?
Mi esposo me dijo: “No, tú tienes mucha experiencia, tú tienes muchas habilidades como empresaria”. Fue una reflexión positiva, que me dio mucha fuerza.
Él renunció a su empleo y comenzaron a trabajar juntos.
Sí.
Reflotaron la empresa.
Sí. Fue bastante difícil.
Sin embargo, ese logro pudo haber creado otra crisis. Esta vez, matrimonial.
Sí (ríe)… ¡Es que es difícil trabajar con tu esposo! ¡Cualquier casado me va a dar la razón! (ríe más)…

¿Qué pasó?
Si bien fue un apoyo compartir con él todas las cosas difíciles, también fue difícil definir quién toma la decisión. A veces tú no estás de acuerdo, ¿no? Tienes que ceder, y ya no solo en las cosas normales de la casa… Pero lo pudimos manejar al dividirnos las funciones. Cada uno se hizo su espacio.
En paralelo, a usted le había provocado tentar en otro rubro.
Nosotros habíamos decidido reinventar el negocio y pasamos del mercado local al de exportación. ¡Había que hacer un montón de cambios! Salimos de Gamarra, nos quedamos solo con la fábrica e hicimos todo un cambio de filosofía… Comenzamos a ir a nuestras primeras ferias internacionales, a exportar a clientes no muy grandes de Chile y Colombia; y una vez que se estabilizó la parte económica, yo decidí hacer un cambio.
Es que a mí me encanta la distribución, ¡que mi producto esté en todas partes! Y cuando tú fabricas para marcas (como entonces lo venían haciendo), si bien estás haciendo empresa, no estás en el mercado como a mí me gusta estar; y yo quería eso.
Inició una nueva empresa: Lyda Baby.
Con una socia, en EE.UU. (Florida).
Era un riesgo nuevo.
Era un riesgo nuevo y yo en ese momento no sabía nada de inglés.

¿No sintió miedo?
A mí no me da miedo ninguna cosa empresarial.
Su esposo se quedó a cargo de la fábrica de confecciones. Hoy es uno de sus proveedores.
Sí.
Hoy está exportando a Rusia, Japón, EE.UU. Acaba de hacer su primera entrega a Dubai.
Sí. Me siento súpercontenta. El algodón peruano es muy reconocido en el sector textil, eso nos ha ayudado a entrar a lugares muy finos del mundo. Nosotros atendemos al segmento más alto en cada mercado.

Su vida ha sido de apuestas, de ir contra la corriente, de caerse y levantarse. ¿Qué es lo más rico de la vida?
Usar la creatividad: hacer funcionar eso que tú creías que podía funcionar. Cuando comencé con la ropa interior, hice unos calzones cuadriculados ¡y fue increíble! Vendía miles de calzones y sostenes de cuadritos. ¡Nadie lo había hecho antes! De repente comenzaron a imitarme y fue bien divertido viajar a cualquier parte –a Huaraz, por ejemplo- y ver ahí los calzones que había inventado y también sus imitaciones (ríe)…

Lo más rico de la vida no es el billete.
No. Yo nunca pienso en el billete cuando estoy haciendo un negocio. No es mi motivación. Para mí, la motivación es estar aquí, allá, ¡vender! Ver oportunidades y decir: “¿Por qué no hacerlo?”.

FICHA
Nombre: Verónica Cecilia Sayán Rojas.
Colegio: Santa Ursula.
Estudios: Economista de la Universidad del Pacífico con un master en Dirección de Empresas por la Universidad de Piura.
Edad: 42 años.
Cargo: Presidenta de Lyda Desings Inc. y gerenta general de Verana.

Lyda Baby
Marca de ropa para bebes que Verónica diseña, produce y comercializa prácticamente en el exterior. Solo el 5% se vende aquí. Arrancó el 2004.
Crecimiento
Acaba de hacer su primer envío a Dubai. Tiene clientes en Rusia, Japón y

Comentarios